A veces me genera incomodidad cuando la espiritualidad necesita ser nombrada en voz alta.
No porque esté mal, sino porque siento que algo de su esencia se pierde en el camino.
La espiritualidad en redes sociales muchas veces se parece más a un cartel luminoso que a una experiencia vivida.
Más de una vez me pregunté por qué usamos frases como “te acompaño en un proceso espiritual” o “soy espiritual”.
No desde el juicio, sino desde la curiosidad.
Porque quizás las redes no son un espacio neutro.
La mayoría de nosotros está aquí por razones bastante claras: visibilidad, reconocimiento, trabajo, intercambio.
Y eso, en sí mismo, no es necesariamente malo.
Tal vez el punto esté en entender que en redes no se transmite experiencia directa, sino presencia.
No se comparte espiritualidad en sí, sino una forma de mostrarnos.
Las redes no son un templo.
Son un mercado simbólico.
Y en todo mercado hay intercambio.
El verdadero desafío, creo, está en no confundir la vidriera con el camino.
¿Cómo estamos transmitiendo la astrología y la espiritualidad en redes sociales?
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Muchas veces veo discursos que se presentan como profundamente espirituales. No siempre desde la mala intención, sino desde una mezcla de convicción personal, necesidad de pertenencia y, en algunos casos, estrategias de visibilidad.
No creo que haya una sola explicación, pero sí creo que vale la pena observarlo.
A veces imagino cómo sonarían nuestras redes si pudieran hablar por sí solas:
“Hola, soy un ser espiritual”.
Y esa frase, dicha así, siempre me genera ruido. No por lo que dice, sino por la necesidad de aclararlo.
Tal vez porque la espiritualidad —y también la astrología— no se fortalecen cuando se anuncian, sino cuando se practican.
Cuanto más auténtico es un proceso, menos necesita ser proclamado.
Yo nunca sentí la necesidad de definirme públicamente como espiritual.
No porque lo oculte, sino porque no siento que sea algo que deba declararse.
A veces se ve en lo que hago. Soy astróloga. Y eso, para quien mira con atención, ya dice bastante.
Para mí, la espiritualidad siempre fue algo práctico.
Hace años me inscribí como voluntaria y, una vez por semana, iba a preparar la merienda para niños y adolescentes con consumo de sustancias.
Eso, para mí, era espiritualidad.
Sin hashtags. Sin discurso. Sin escenario.
También conocí muchos astrólogos que no están expuestos en redes sociales. Personas que, puertas adentro, reflexionan críticamente sobre cómo la práctica se simplifica o se banaliza cuando se vuelve solo contenido para juntar likes.
No desde la superioridad, sino desde la preocupación.
Algunos de ellos dedicaron tiempo de su vida a enseñarme gratis, a ayudarme a aprender astrología sin cobrarme nada.
Y con el tiempo entendí que esa es una forma muy concreta de espiritualidad.
En ese contexto aparece una figura que me parece interesante observar: el gurú espiritual.
Durante mucho tiempo me causó gracia. Después empecé a mirarlo con más atención.
Porque el problema no es enseñar, ni acompañar, ni compartir herramientas.
El problema aparece cuando el discurso necesita que el otro permanezca siempre incompleto.
Cuando la sanación se convierte en dependencia.
Ahí la espiritualidad deja de ser un camino y pasa a ser un producto.
Y la astrología de redes sociales, para mi una herramienta profunda, pero que corre el riesgo de convertirse solo en un mensaje atractivo más.
El desafío, creo, está en no confundir guía con protagonismo,
ni visibilidad con profundidad.
A veces me pregunto qué ocurre cuando la espiritualidad se presenta como una etiqueta.
Cuando alguien dice “soy espiritual”, muchas personas que atraviesan momentos difíciles se sienten atraídas. Buscan alivio, contención, esperanza. Y eso es profundamente comprensible.
El problema no es la búsqueda.
El problema aparece cuando esa promesa no funciona como un faro, sino como una sirena: algo que atrae desde la necesidad, pero no siempre conduce a un lugar seguro.
En esos momentos de vulnerabilidad, es fácil acercarse a figuras que parecen tener respuestas. No necesariamente por mala intención, sino porque el dolor suele abrir la puerta a cualquier cosa que prometa calma.
Por eso, yo nunca sentí comodidad usando ese tipo de discursos en mis redes.
No porque reniegue de la espiritualidad, sino porque no quiero jugar con la necesidad emocional de las personas ni construir un personaje alrededor de eso. En redes sociales, queramos o no, hay una lógica comercial.
Prefiero perder likes antes que generar dependencia.
No me interesa acumular seguidores, sino acompañar personas que piensan, cuestionan y se despiertan.
Decir ciertas cosas es una opinión impopular.
Va en contra de agradar, de atraer masas, de “caer bien”.
Y muchas veces genera incomodidad, incluso enojo, especialmente en quienes todavía no se hicieron ciertas preguntas.
Soy consciente de que este tipo de reflexiones puede no gustar. Y aun así, elijo decirlas.
No desde la superioridad, sino desde el deseo genuino de que alguien se detenga un momento y se pregunte:
¿a quién sigo?, ¿Qué me están vendiendo?, ¿Qué estoy buscando realmente?
Porque muchas veces no hay mala intención.
Lo que falta es conciencia.
Recuerdo una experiencia que me marcó profundamente.
Cuando fui voluntaria a un centro para niños y adolescentes, creía que estaba ayudando a generar un cambio. Desde mi parte más pisciana, pensaba que acompañar, escuchar y estar presente era suficiente para ayudarlos.
Hasta que alguien me hizo una pregunta simple, pero demoledora.
—¿Cómo te está yendo?
Le respondí que bien.
Entonces dijo:
—Bueno, ya sabés lo que estamos haciendo.
Cuando pregunté qué, respondió:
—Los estamos acompañando hacia la muerte.
Ese impacto todavía lo recuerdo.
Ahí entendí algo que no había querido ver: la esperanza también puede ser una forma de anestesia y de autoengaño.
No todo acompañamiento salva.
No todo lo espiritual sana.
Mi Júpiter en Piscis creía que estaba salvando a alguien.
Los números decían otra cosa: la tasa de recuperación era mínima. Existía, sí, pero era ínfima. Niños en condiciones extremas, con una contención casi inexistente.
Ahí comprendí algo clave sobre la esperanza y sobre este juego de la espiritualidad:
cuando no está anclada en la realidad, puede convertirse en autoengaño.
Ser espiritual es algo real, tangible, encarnado.
Es servicio, es coherencia, es responsabilidad.
Pero en redes sociales, muchas veces, se diluye, porque estamos detrás de un intercambio.
Hoy estamos expuestos principalmente:
quienes tenemos un negocio,
y quienes buscan validación, likes y comentarios.
Por eso, cuando veo ciertas estrategias “espirituales” en redes, prefiero observar con cautela.
No siempre hay mala intención.
Pero muchas veces falta profundidad.
Si hay que aclarar que somos espirituales en una bio, tal vez haya algo que revisar.
Probablemente este texto incomode un poco.
Si lo hace, entonces cumplió su función.